18 de septiembre de 2014

Vijea pituca rancia de teleserie

Él no hablaba mucho, digamos que casi nada. Llevaba un poleron con capucha, así que tampoco le veía mucho la cara, pero sabía bien quién era él. Guapo, de familia bien. Estábamos sentados mirando la piscina y yo le hablé, porque entre no hacerlo y hacerlo; siempre es mejor hacerlo. (Aunque en la práctica pensar así, me ha traído siempre malas experiencias).

Hablamos de la vida, del clima, de los pájaros, del amors, de su familia, de la mía, del trabajo, de muchas cosas que ya ni recuerdo. Que guapo era él. Era el típico mino que se hace el interesante (o al menos eso siempre es lo que he dicho yo). El weon que no te pesca, que apenas te mira, que habla poco de si, que al final no sabes si es porque es muy weon, tímido o se hace el importante. A estas alturas daba igual, estaba yo con el tipo, este tremendo mino, aunque debo aclarar que no de mi entero gusto, sentados mirando a la piscina, de noche, con los grillos como música de fondo, con su sonrisa encantadora y yo haciéndome la muy, para solo seguir el juego, al final de cuentas todo daba igual.
Él jugaba con mi pelo, lo recogía hasta que así, quedamos tan cerca que el momento fue inevitable que conjugase en un beso.  Lo que vino después, no es necesario entrar en detalles, nunca quise cuestionarme lo que estaba haciendo, porque sin pretender ser repetitiva, daba igual ¿Qué importa? Si no lo veía más, no era un problema y si me estaría persiguiendo con el traje de novio en su mochila, tampoco lo era (Ok, eso nunca pasa, pero es mi sueño y así lo pensé yo)
Al otro día, nadando con mi amiga, me sentía liberada. No  sé si pensaba del todo en lo que había pasado, no sé si sabía en lo que me estaba metiendo. Estaba con el hijo de la vieja pituca de teleserie. Si, así es, su mamá era una vieja de mierda pituca (amo esa palabra, pituca, pituca, pituca) que de lo único que sabía hablar era de los millones, el spa, la ropa y que se yo cuando estupidez más. De esas típicas viejas que personalmente me dan deseos de vomitar (y no tan viejas también).

- “Ellas no te convienen, ella es una gorda asquerosa, y la otra, asquerosa también”

Un consejo así le dio esta vieja a su hijo, cuando se enteró que tenía algo con algunas de las dos. Ella no sabía bien con cual, pero el asunto era que esta señora no quería que su hijo, guapo, príncipe azul, de piel tersa, sonrisa encantadora, que se hacía el importante; estuviera con alguna de las dos mortales, simples, silvestres, humildes y sobre todo silvestres.
Salí de la piscina, perseguida por mi amiga, que trataba de tranquilizarme, tomé mi toalla y salí a perseguir a la señora, dama, madame, que se había referido en esas palabras hacia nosotras, quería arrancarle la peluca de barbi millonaria, sacarle la máscara de trescientos veintiocho mil kilos de base que tenía y romperle las uñas acrílicas de mina porno (?); pero no, solo atiné a gritarle desde lejos y contenida por mi amiga:

Tengo más de vida, más de alma, más de humana, que todos los kilos de estuco que tienes en la cara y los billetes que tienes en los bolsillos, vieja julia (Léase vieja culiá)

Fue así como terminó la historia. No, no es cierto. Nunca más supe del mijito rico, al fin de cuentas, siempre dije que daba lo mismo, "lo que pasó, pasó", dice la canción y si me gustaba, era solo porque tenía un algo; quizá el hecho de que no hablara. Nunca supe si al final, era igual de pastel que su mamá o si de verdad había en él, un algo más.



Me está haciendo mal ver tanta novela mexicana.

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