Me buscaba, rastreaba, husmeaba y olía. Sabía que yo estaba ahí pero no me encontraba. Era el Diablo. El diablo personificado en un perro, un pitbul blanco con manchas. Imponente y de miedo. Era un pueblo viejo y olvidado. Seco y caluroso. Yo estaba en una habitación, una habitación en medio de un pueblo desierto, sin nada importante. Ventanas sucias, cortinas antiguas y un armario a medio desarmar. Yo sobre el armario junto a una ventana en lo alto de ese dormitorio, me afirmaba de unos rieles. Me afirmaba de lo que podía para no caer y para que el Diablo, no me viera.
El perro se va y aparece un toro, negro, grandes ojos rojos, en su cuerpo adornos de metal negro y pensé…de esta no me salvo. Era cosa de que algunos de los dos, el perro o el toro que pertenecían al mismo personaje solo se acercaran un poco y al brincar… me iban a encontrar.
Fue algo que no sucedió. Empecé a reunir a los pocos que estábamos en el pueblo, los pocos que estábamos huyendo del mismo mal y anuncié… Hay que quemarlo. Intenté planificar, idear el momento preciso, la manera adecuada pero una visita inesperada de foráneos interrumpió todo.
El cuento acabo cuando me vi en la misma habitación y una especie de vocero hindú reclamaba un traicionero en el pueblo.
Ese traicionero, era yo.
Interesante...tal como funciona cuando uno se arrepiente de alguna mal accion que se hizo en conjunto. Quedas como un traidor al querer arrepentirte...
ResponderEliminarSaludos