1 de marzo de 2012

Arrancando del Diablo

Me buscaba, rastreaba, husmeaba y olía. Sabía que yo estaba ahí pero no me encontraba. Era el Diablo. El diablo personificado en un perro, un pitbul blanco con manchas. Imponente y de miedo. Era un pueblo viejo y olvidado. Seco y caluroso. Yo estaba en una habitación, una habitación en medio de un pueblo desierto, sin nada importante. Ventanas sucias, cortinas antiguas y un armario a medio desarmar. Yo sobre el armario junto a una ventana en lo alto de ese dormitorio, me afirmaba de unos rieles. Me afirmaba de lo que podía para no caer y para que el Diablo, no me viera.
El perro se va y aparece un toro, negro, grandes ojos rojos, en su cuerpo adornos de metal negro y pensé…de esta no me salvo. Era cosa de que algunos de los dos, el perro o el toro que pertenecían al mismo personaje solo se acercaran un poco y al brincar… me iban a encontrar.
Fue algo que no sucedió. Empecé a reunir a los pocos que estábamos en el pueblo, los pocos que estábamos huyendo del mismo mal y anuncié… Hay que quemarlo. Intenté planificar, idear el momento preciso, la manera adecuada pero una visita inesperada de foráneos interrumpió todo.
El cuento acabo cuando me vi en la misma habitación y una especie de vocero hindú reclamaba un traicionero en el pueblo.
Ese traicionero, era yo.

1 comentario:

  1. Interesante...tal como funciona cuando uno se arrepiente de alguna mal accion que se hizo en conjunto. Quedas como un traidor al querer arrepentirte...

    Saludos

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