Queríamos reproducir un dibujo. Un dibujo que debíamos obtener de un libro de ese lugar. Era una biblioteca y al mismo tiempo una tienda de antigüedades, era de esos lugares donde me encantaba estar.
Quien nos ayudaba y encargado de atender, era un conocido mío. Usaba sudadera, pelo hasta más arriba de los hombros con un peinado que lo hacía ver más desordenado y desaliñado de lo que podría verse. Sus facciones eran casi perfectas, pero no de mi gusto. Usaba barba no muy frondosa, su piel era muy blanca y su semblante, era del típico tipo lindo y rudo. Éramos conocidos, habíamos tenido alguna historia, pero no era de mi gusto.
Yo mientras acompañaba a quién iba con el propósito de reproducir, disfrutaba observando el lugar y lo observaba a él, a mi conocido que no era de mi gusto. Un mostrador en forma de T nos separaba. Yo miraba hacia todos lados, como cualquier pequeño en una casa de muñecas o quizá una casa del árbol o mejor aún, una casa de dulce, toda hecha de dulce.
Me apoyé en el mostrador, mientras él me miraba, nunca directamente, me miraba de reojo, coqueteando un poco mientras trabajaba. Yo riéndome y con algún propósito algo infantil esbozo unas palabras.
- Quiero el libro más antiguo que tengas, de esos que nadie quiere leer, de esos que realmente nadie pide.
Él sonríe y con la misma mirada no directa me trae dos libros de bolsillo. Eran de tapa dura, tallados con relieves y probablemente hechos con madera. El título decía algo como “Historia de Chile” y quizá no era tal, pero eran de colección, eran de historia de algo y yo simplemente aluciné, obviamente los quise para mí. Eran los libros más hermosos que jamás había visto, tenían mucho detalle, era casi una reliquia en cualquier biblioteca de una casa. Era como esos libros que ni siquiera quieres tenerlos en un estante, de esos que prefieres tenerlos de adornos porque son tan espectaculares que es un deber para cualquier amante de las letras muertas lucirse con tales ejemplares.
De mi lado más infantil y mintiendo solo para provocarlo nuevamente lancé unas palabras.
- Pero estos libros son totalmente aburridos, obvio que nadie los quiere.
Estaba bromeando, desde el inicio hasta el fin de esa frase. Los libros no me parecían aburridos, es más los quería para mí. Solo quería provocarlo, solo quería hacerlo enojar y que me respondiera una pesadez de vuelta para continuar con tal provocadora escena que tenía una mezcla de coquetería, candor y deseo.
Pero él no era tan infantil como yo, él no respondió a mi broma y siguió con sus labores, mirándome de reojo, coqueteando, secretando feromonas y creyéndose la imagen del hombre en extremo masculino, desaliñado de facciones perfectas que atendía la biblioteca.
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