Estábamos todos sentados en una mesa rectangular. Al extremo derecho norte estaba mi amiga, al extremo derecho sur estaba yo, al lado de mi amiga estaba él, y al lado mio una niña que no conocía.
Yo revisaba mi tesis, la leia para buscar los últimos detalles que faltaban. De vez en cuando lo miraba, porque él sabía que yo estaba en frente de él y no había sido capaz hasta el momento ni de mirarme, ni de saludar, es donde lo que sucedió el otro día se volvió sueño y donde vuelvo a repetir lo que dije:
“La mínima educación que debe tener una persona, que te conoció o conociste, es otorgar el saludo. Es paradójico que alguien que pretende educar, no tenga esos hábitos. Cada día me doy más cuenta, de que nunca valiste ni un poquito la pena.”
Seguí en lo mío, conversábamos a ratos con mi amiga, él escuchaba todo y yo también escuchaba lo que él estaba hablando con la niña, le explicaba algo sobre sus materias.
Lo miré, un bastante rato hasta que me miró, y le dije hola. Un hola desencantado, forzado y sin muchas ganas de ambas partes, fue un hola tímido, un hola de no querer saludar ni mirarnos, un hola casi con desprecio.
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