Él no hablaba mucho, digamos que casi nada. Llevaba un
poleron con capucha, así que tampoco le veía mucho la cara, pero sabía bien quién
era él. Guapo, de familia bien. Estábamos sentados mirando la piscina y yo le
hablé, porque entre no hacerlo y hacerlo; siempre es mejor hacerlo. (Aunque en la
práctica pensar así, me ha traído siempre malas experiencias).
Hablamos de la vida, del clima, de los pájaros, del amors,
de su familia, de la mía, del trabajo, de muchas cosas que ya ni recuerdo. Que
guapo era él. Era el típico mino que se hace el interesante (o al menos eso
siempre es lo que he dicho yo). El weon que no te pesca, que apenas te mira,
que habla poco de si, que al final no sabes si es porque es muy weon, tímido
o se hace el importante. A estas alturas daba igual, estaba yo con el tipo,
este tremendo mino, aunque debo aclarar que no de mi entero gusto, sentados
mirando a la piscina, de noche, con los grillos como música de fondo, con su sonrisa
encantadora y yo haciéndome la muy, para solo seguir el juego, al final de
cuentas todo daba igual.
Él jugaba con mi pelo, lo recogía hasta que así, quedamos
tan cerca que el momento fue inevitable que conjugase en un beso. Lo que vino después, no es necesario entrar en detalles, nunca quise cuestionarme lo que estaba haciendo, porque sin pretender ser repetitiva,
daba igual ¿Qué importa? Si no lo veía más, no era un problema y si me estaría
persiguiendo con el traje de novio en su mochila, tampoco lo era (Ok, eso nunca
pasa, pero es mi sueño y así lo pensé yo)
Al otro día, nadando con mi amiga, me sentía liberada.
No sé si pensaba del todo en lo que
había pasado, no sé si sabía en lo que me estaba metiendo. Estaba con el hijo
de la vieja pituca de teleserie. Si, así es, su mamá era una vieja de mierda
pituca (amo esa palabra, pituca, pituca, pituca) que de lo único que sabía hablar era
de los millones, el spa, la ropa y que se yo cuando estupidez más. De esas
típicas viejas que personalmente me dan deseos de vomitar (y no tan viejas
también).
- “Ellas no te convienen, ella es una gorda asquerosa, y la
otra, asquerosa también”
Un consejo así le dio esta vieja a su hijo, cuando se enteró
que tenía algo con algunas de las dos. Ella no sabía bien con cual, pero el
asunto era que esta señora no quería que su hijo, guapo, príncipe azul, de
piel tersa, sonrisa encantadora, que se hacía el importante; estuviera con
alguna de las dos mortales, simples, silvestres, humildes y sobre todo
silvestres.
Salí de la piscina, perseguida por mi amiga, que trataba de
tranquilizarme, tomé mi toalla y salí a perseguir a la señora, dama, madame, que
se había referido en esas palabras hacia nosotras, quería arrancarle la peluca
de barbi millonaria, sacarle la máscara de trescientos veintiocho mil kilos de
base que tenía y romperle las uñas acrílicas de mina porno (?); pero no, solo
atiné a gritarle desde lejos y contenida por mi amiga:
Tengo más de vida, más de alma, más de humana, que todos los
kilos de estuco que tienes en la cara y los billetes que tienes en los
bolsillos, vieja julia (Léase vieja culiá)
Fue así como terminó la historia. No, no es cierto. Nunca más supe del mijito rico, al fin de
cuentas, siempre dije que daba lo mismo, "lo que pasó, pasó", dice la canción y
si me gustaba, era solo porque tenía un algo; quizá el hecho de que no hablara.
Nunca supe si al final, era igual de pastel que su mamá o si de verdad había en
él, un algo más.
Me está haciendo mal ver tanta novela mexicana.
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