Se veía venir y todos los sabían
por lo que de alguna manera buscaban el
sitio seguro. Yo tenía esa esperanza de que qué realmente no, uno no tiene tan
mala suerte, esas cosas no pasan en la vida real, o al menos no en tú vida
real, pero de todas maneras también formábamos parte de ese número de personas
que buscábamos el lugar más seguro.
Esto pasa al menos una vez al
año-, me dijo un ciudadano del pueblo, pero no sé en qué pueblo estaba. Caminaba
por sectores de mucha tierra, de esa tierra tan seca que parece más arena, de
esa tierra - arena que está cerca de la playa. En realidad, seguramente estaba
cerca de la playa y caminábamos hacia un sitio seguro, hacia los cerros, porque
había tormenta, tormenta sin lluvia y el mar nos venía persiguiendo.
Para ser honestos, estábamos todos
arruinados, había que ser consciente de eso, porque fuésemos donde fuere si la tormenta quería o el mar, mar con
tormenta, nos iban a alcanzar igual, es como ley de la vida, la naturaleza es más
fuerte que uno.
En un mirador, mi madre y yo,
tratando de anticipar nuestro destino observábamos lo que aun no se venía. Yo me
sentía medio entregada y bueno ¿tengo que morir así? Qué lástima que no sepa ni
nadar, pensaba, al menos podría dar la lucha, discutir, pelear intentar vencer
¿no?.
En ese preciso instante todos comenzaron a
correr, ya nos alcanzó, ahí viene y yo lo veía perfectamente, corrimos, esta
vez no con mamá, no sé quién era pero me dijo ese es un lugar seguro, lo indicó con su mano.
Nos
introducimos en una especie de gruta con forma de ataúd que se deslizaba desde
alguna roca. Al entrar me sentía como en una caja, era como vivir bajo tierra,
la caja tenia tela de terciopelo y estaba acolchada, ya lo dije, era como un ataúd,
pero no lo era porque ahí vivía alguien, se supone, quién nos salvó.
La caja cierra sus puertas y
comienza a ingresar en la cueva, en la tierra, lo extraño es que tenía ventanas
y podíamos ver hacia afuera todo lo que estaba sucediendo y la tormenta,
tormenta – mar, se venía, la teníamos casi encima y yo, solo cerré los ojos, no
quiero ver, si llego a morir no quiero saber.
Cuando estábamos dentro, mi
acompañante y yo, vimos que quién salía del escondite era un gato. Un gato
blanco con manchas grises, era bien simpático, de hecho era inteligente y
bueno porque el gato nos había casi salvado la vida ¿si?. Tenía personalidad, una actitud de; aquí mando yo. O sea no era para menos el gato había
expulsado la entrada de su escondite para que entráramos y nos salváramos de la
tormenta-mar. Yo lo acaricié, escuetamente, deslicé mi mano por su cara, con un poco de desconfianza, era mi
señal de agradecimiento para él, el gato inteligente-bueno que quizá hasta
hablaba, que me había salvado la vida.
Me gustaría tener las mismas ganas de pelear e intentar vencer... pero a veces siento mi alma un tanto cansada...
ResponderEliminarTe cito, porque realmente me encantaste, sólo cerré los ojos, no quiero ver, si llego a morir no quiero saber...
Ya po, Claudia!!!!!!
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